Aquellas huellas eran muy extrañas, pero aun más extraño era su disposición. Era imposible que ningún animal; suponiendo que fueran de alguno; andará de esa manera.
Las huellas estaban demasiado separadas entre sí, y además no seguían ningún camino lógico. Tendría sentido suponer que eran de un pájaro, el cual solo se posara para descansar del vuelo, pero la forma de las huellas no concordaba con ningún ave que ella conociera.
Eran más parecidas a las de un hombre que a las de un animal, o mejor dicho a las de un niño, ya que eran pequeñas.
Sin embargo, tampoco eran humanas, por mucho que se le pareciesen, la forma era diferente. Para empezar solo contaba con tres dedos, y al principio y al final del lado inferior había dos anexos como si de allí salieran un cuarto y quinto dedo gordo.
- ¿De qué serán estas huellas? – se preguntó Rocio intrigada.
Siguió paseando durante un rato observándolas, le parecía algo de lo más increíble, y buscaba ansiosa la solución al misterio.
A la mañana siguiente salió al jardín, su corazón palpitando excitado por la curiosidad de saber si de nuevo encontraría aquellas huellas extrañas. A unos dos metros de su puerta encontró las primeras.
- ¡Mira! ¡Aquí están de nuevo! – grito al aire emocionada.
Recorrió todo el patio y descubrió, que al igual que el día anterior, las huellas estaban desordenadas, y muy separadas, haciendo imposible que lo que quiera que fuera el responsable estuviera andando.
Decidida a revelar el misterio, aquella noche se preparó una cafetera y se sentó en la oscuridad junto a la puerta de su habitación que daba al patio.
La primera hora la paso expectante, el café había hecho su efecto y la mantenía despierta junto con la emoción, pero a medida que el tiempo pasaba, Rocio se sentía cada vez más cansada. Los ojos se le empezaban a cerrar y no encontraba nada que pudiera mantenerla despierta y que pudiera hacer a oscuras, ya que no quería espantar a lo que fuera que estuviera visitando su jardín por las noches.
De repente un ruido la despertó de una de las cabezadas, cuando aun no se encontraba en un sueño profundo. Era el sonido del revuelo de las hojas caídas en el patio.
Se asomó por el cristal de la puerta, intentando no hacer ningún ruido.
Aunque podía escuchar las hojas, no podía entrever nada en la oscuridad.
Aprovechando que los sonidos se escuchaban ahora más lejanos, abrió la puerta de la habitación y salió al jardín.
Al principio no podía ver nada, pero una vez sus ojos se acostumbraron a la penumbra lo vio.
Era increíble, algo que nunca había visto.
Al final del jardín había un pájaro; por llamarlo de alguna manera, ya que tenia alas; enorme para ser un pájaro, de al menos un metro y medio de alto.
A pesar de que tenía unas alas llenas de plumas resplandecientes, el cuerpo era más parecido a un cuerpo humano, aunque sin llegar a serlo totalmente. Las piernas eran alargadas y fuertes.
La cabeza era la de un pájaro, llena de plumas.
Rocio observaba fascinada a aquella criatura, cuando esta se volvió y la miró fijamente a los ojos.
No podía creerlo, la cara era perfectamente humana, a excepción de que tenía unos ojos exageradamente grandes y una nariz demasiado pequeña.
Al verla abrió las alas como si se hubiera puesto a la defensiva. Rocio lo miraba a los ojos. Al ver aquel despliegue de plumas que brillaban en la oscuridad no pudo hacer nada más que sonreír fascinada.
Aquella criatura, sin dejar de mirarla, le devolvió la sonrisa y como si se relajara, cerró las alas.
Rocio se acercó unos pasos, muy despacio, sin dejar de sonreír. La criatura hizo lo mismo y así se fueron acercando hasta encontrarse en el centro del jardín.
Continuará…
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