Si tuviera que elegir, elegiría quedarse con él en una pequeña casa de campo. En un lugar en el que el único ruido que escuchara al despertar fuera el canto de los pájaros. Donde su actividad principal fuera ocuparse del jardín que les daría sustento. Donde su vista no alcanzara a ver ningún edificio. Un lugar en el que pudieran ser ella y él.

No necesitarían mucho para vivir, la comida la cultivarían ellos, aprovecharían las energías naturales, se llenarían de aire fresco cada día. 

Sería un lugar mágico, un lugar en el que pudieran criar a sus hijos, en el que pudieran crecer corriendo y jugando. En el que crecieran conociendo y amando la naturaleza. 

Sus días pasarían entre música y letras. Él con la guitarra y ella con su papel y boli. Por las noches leerían sentados en el porche alumbrados por la tenue luz. La noche sería el momento de descubrirse un poco más el uno al otro. 

Los días estarían llenos de aprendizaje y experiencias, porque ninguno sería igual al anterior. 

También habría fiestas, invitarían a sus familiares y amigos a disfrutar de su trocito de cielo. Durante el día disfrutarían del sol y la buena comida hecha a la barbacoa, y por las noches encenderían una hoguera y se sentarían alrededor del fuego a contar historias. 

Porque la vida era fácil, era solo cuestión de vivirla, y él se lo recordaba cada día. Porque no necesitaba tanto, porque lo más importante que tenía era el tiempo y lo más complicado era decidir como usarlo. 

Con él sentía que no necesitaba grandes lujos, sino sencillos momentos a su lado. 


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